Diario Información Alicante Sábado 20 de octubre de 2007
Cañas y barro
Coincidiendo con los veinticinco y cincuenta años, respectivamente, de la pantanada de Tous en Alcira y de la riada del Turia en Valencia, y después de una década de tregua, las tradicionales trombas otoñales nos han recordado que aún queda un largo camino si no para domar la naturaleza al menos para minimizar sus efectos perversos. Si los dos citados casos sirvieron de escarmiento para emprender las obras necesarias que han impedido la repetición de semejantes desastres, parece que es el momento de plantearse una respuesta global a las catástrofes cíclicas que afectan a estas tierras, habida cuenta de que, para más inri, al igual que las bombas, los terremotos, los tsunamis y los ciclones, las inundaciones no suelen afectar a los hoteles e lujo ni a los campos de golf sino más bien a las capas de población desfavorecidas que por quedar en la ruina más absoluta necesitan como nadie la protección de los poderes públicos. Ni la resignación ni el pesimismo son las actitudes que deben tomarse, pues existen causas que pueden contrarrestarse y posibilidades de actuación al alcance de un país como el nuestro. Después de varias décadas de urbanismo salvaje que ha merecido condenas de los tribunales y censuras de la Unión Europea, aparte de la corrupción que ha generado, ahora estamos viendo cómo la invasión brutal del territorio también contribuye a las avenidas y desbordamientos pues por una parte elimina superficie de absorción, por otra expulsa el agua hacia el lugar por donde pueda correr y se convierte a veces en obstáculo e incluso barrera que impide el desagüe hacia el mar. Si se suma que hay construcciones edificadas en torrenteras, ramblas y terrenos inundables, o en sus proximidades, ahí tenemos algunas de las causas que favorecen este tipo de siniestros. Inventariar tales peligros, demoler y trasladar lo que sea necesario y realizar las obras oportunas son posibilidades a considerar. Será también necesaria la revisión de un supuesto ecologismo que basa el bienestar humano en la defensa a ultranza de la conservación de la naturaleza como si de un paraíso virginal intocable se tratara. Aunque, desde luego, la destrucción caprichosa o debida exclusivamente a intereses comerciales debe ser evitada, si se cumplieran los principios de la intransigencia sistemática y la oposición a cualquier modificación del medio, estaríamos aún en una economía de subsistencia y la esperanza de vida no superaría los treinta años. Si cada vez que se intenta dragar un río, limpiar de maleza, cañizos y matorrales sus orillas y proximidades o construir una presa hay que lidiar contra los grupos que en nombre de la ecología -qué bien suena la palabra, pero cuánta demagogia oculta- se oponen a su realización y cohíben a los políticos que temen el impopular ruido frente a sus proyectos, estamos dificultando algunas medidas que también ayudarían. Particularmente, me suele extrañar la oposición a nuevos embalses toda vez que ocupan una superficie ridícula en comparación con el medio terrestre, no hacen más que suprimir un elemento natural, la tierra (a veces yerma) o la vegetación, por otro, el agua, que también es lugar de vida de peces y aves acuáticas, y cuyos beneficios son indudables pues constituyen una fuente de energía limpia -con la que tanto se les llena la boca-, la mejor forma de regular el cauce de los ríos y una reserva de agua para las bocas y la agricultura. ¿No merecería la pena la construcción de algunas presas que evitaran el primer empuje de los aluviones, aunque no tuvieran gran interés económico ¿Podrían estar interesadas en participar en su financiación las compañías de seguros a cambio de no tener que afrontar los cuantiosos gastos que ocasionan las riadas U na última batalla habrá que darla en el campo de la predicción y de la información. Da la impresión de que, por un lado, no se acierta todo lo que los meteorólogos y la ciudadanía deseamos; por otro, suele producirse un efectismo de alertas de colores que, como en el cuento del pastor y el lobo, ya deja indiferente a la población a fuerza de no cumplirse; y para rematar la faena, los avisos no se difunden con la antelación y los medios que el progreso técnico de hoy permiten. Si hay que interrumpir las emisiones locales o regionales de radio y televisión cuando se tiene certeza del peligro, que se haga. Al menos que dé tiempo a ponerse a salvo y tomar las medidas defensivas más elementales. Se puede y se debe prevenir y actuar, pero lo más probable es que en cuanto pase el peligro y hasta que otro otoño volvamos a ver las imágenes de la desgracia por televisión, no nos acordemos de que hay conciudadanos que lo han perdido todo y están sufriendo la más absoluta miseria económica y moral. Posdata: Éramos pocos y parió la abuela. Castellón, Terra Mítica, Orihuela, Torrevieja, Villajoyosa, AlicanteÉ ¿Tú también, Pla Julio G. Pesquera es ex catedrático de Lengua del IES Jorge Juan de Alicante.
http://www.diarioinformacion.com/secciones/noticia.jsp?pRef=2203_8_683178__Opinion-barro
sábado, 20 de octubre de 2007
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