Cuando la riada se queda en estadística
JESÚS ALONSO
La reiteración tiene el perverso efecto de convertir en estadística verdades absolutas. Y las estadísticas no resuelven por sí mismas problemas: sencillamente, los señalan. Una certeza absoluta que conocemos gracias entre otros al Observatorio de Climatología que dirige en la Universidad de Alicante el catedrático de Análisis Geográfico Regional Jorge Olcina, es que los veranos calurosos suelen traer como penitencia la temida gota fría en otoño y sus secuelas catastróficas durante el resto del año.
Esta constatación empírica de los estudiosos que no se queda ahí sino que, además, abunda en detalles sobre el maltrato que recibe el territorio y, consecuentemente, pone los puntos sobre las íes para evitar males mayores, se transforma en meros guarismos y en simples porcentajes que ocupan casillas a diestro y siniestro cuando cae sobre la mesa de las autoridades competentes.
Sabemos todo eso porque a la fuerza ahorcan. Y sabemos también, porque se ha convertido en estadística, que la mitad de la población de
Décima arriba, décima abajo, todos los finales del verano la Generalitat nos recuerda una situación que se nos presenta como una maldición bíblica más que, en muchos casos, como un cúmulo de aberraciones humanas que ha permitido a lo largo de los años la sustitución del tomate por el ladrillo, la desaparición del cultivo en terrazas, el taponamiento de barrancos, la creación de barreras artificiales y la construcción sin orden ni concierto y previa deforestación en parajes recónditos que hasta entonces habían desempeñado misteriosas misiones encomendadas por esa maestra en resolver sudokus por decreto ley que es la naturaleza.
Nos repiten idéntico sonsonete más o menos desde que algún sabio estableció las diferencias entre un estrato nuboso y un nimbocúmulo, pero en el ínterin no parece que nadie dedique parte de su tiempo a aplicar soluciones que, evidentemente, no pasan por demoler todo lo mal hecho hasta aquí, sino por evitar que los errores sigan repitiéndose y por habilitar infraestructuras efectivas que atenúen los daños.
De la misma manera que sabemos que los incendios forestales se apagan en invierno manteniendo limpios los bosques, conocemos a pies juntillas que muchas riadas no lo serían tanto si los márgenes de los ríos y las ramblas estuvieran expeditos de cañaverales y otros representantes de la flora local que, llegado el caso, taponan puentes, desbordan cauces y multiplican el desmadre.
Baste recordar lo que sucedió el año pasado en el municipio alicantino de El Verger, que aún hoy, casi un año después, sigue intentando recuperarse, pese a que en el decálogo oficial de recomendaciones contra las inundaciones figura en letras de molde desde hace lustros la conveniencia de mantener aseadas las vías de escape del agua brava.
Eso sí, el pueblo tiene un puente nuevo y ya figura en las estadísticas oficiales y en los mapas de avenidas.
http://www.lasprovincias.es/valencia/20090829/comarcas/cuando-riada-queda-estadistica-20090829.html
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