Se cumplen 52 años de la catástrofe que costó la vida a 144 habitantes de la localidad zamorana con un recuerdo de los vecinos
09.01.11 - 10:43 -
Los cerca de 500 habitantes de Ribadelago, localidad ubicada a unos 130 kilómetros de la capital zamorana, procuraban conciliar el sueño en la madrugada del día 9 de enero de 1959, intentando olvidar el fragor de la torrencial lluvia que caía desde días atrás en la comarca sanabresa.
Ocho kilómetros arriba, la presa de Vega de Tera había superado con creces su umbral de estabilidad lo que, unido al drástico aumento de agua embalsada con los chaparrones enlazados y a la más que dudosa calidad de los materiales empleados en la construcción del embalse, produjeron el desastre.
La presa, en la que confluyeron varios desatinos, incluida la enfermiza ansia de notoriedad nacional e internacional que perseguía el régimen franquista, no pudo con el empuje del líquido. Una sección de más de 130 metros reventó, literalmente, y más de ocho millones de metros cúbicos de agua que, según algunas fuentes, pudieron llegar a ser el doble, ganaron una velocidad demencial, cobrando fuerzas redobladas mientras atravesaban como una exhalación el cañón del Tera.
El agua, cargada con lodo, pedruscos, árboles y con todo cuanto fue devastando a su paso, tardó apenas veinte minutos en alcanzar Ribadelago, el primer núcleo poblado que encontró a su paso, y no tuvo piedad.
Un total de 144 personas, la mayor parte de las cuales dormían, perdieron la vida en la catástrofe, considerada como la peor tragedia sufrida en la historia de la comarca. La magnitud bíblica de la fuerza del agua destrozó los cuerpos de los infortunados ribalagueses y solamente fue posible recuperar los restos de 28 de ellos. El resto, descansaría eternamente en el fondo del Lago de Sanabria, el mayor de origen glacial de Europa que, a buen seguro, evitó que el desastre fuera todavía mayor, absorbiendo los millones de litros de agua que, de otra manera, habrían buscado otra salida.
Seis de cada diez casas de Ribadelago quedaron completamente destrozadas y más de las tres cuartas partes del ganado desaparecieron con la avenida de agua. Prácticamente, todas las familias de la localidad perdieron a uno o más de sus miembros en el desastre. “Aquel día había mucho caudal y habíamos abierto el aliviadero. No había aún una escala definitiva y marcamos con un lapicero por si subía el nivel. A las ocho se mantenía y a las diez nos acostamos. Más tarde, sentí un ruido grande pero, como hacía mucho viento y ya se había levantado el techo de un barracón, no le di importancia”, explicó Jesús Fernández, que tenía 19 años cuando se reventó la presa. “Nosotros dormíamos por encima del nivel de la presa. Bajé y vi los 130 metros de presa reventada. Aquello estaba en peña limpia. No había hormigón ni nada. Se fue todo por completo porque eran malos cimientos. Cuando reventó, de allí salieron cepas, carretillos, tablones, de todo. La hicieron según el dicho de la época, con más grava, menos arena, más agua y menos cemento”, denunció.
Supervivientes
Año tras año, los descendientes de las víctimas han intentado superar el trance que cambió sus vidas. Algunos de ellos, como fue el caso de Olegario Parra, de 89 años, tuvieron que aprender a vivir con la amargura de haber perdido a sus tres hijos, Ramona, José Manuel y Manuela, de siete, cinco años y ocho meses, respectivamente. “Me los llevó el agua. Desaparecieron y no he vuelto a verlos. Yo quedé desnudo, sólo con la camiseta. La corriente nos llevó a mí y a mi mujer, Casilda Fernández, que murió ya”, explicó, en declaraciones a la Agencia Ical. “Me cogió en la Peña Puente. La corriente se llevó mi casa, que desapareció en la noche. Estábamos en la cama, oímos un golpe grandísimo y se acabó”, añadió.
Cuando el nivel del agua descendió, el pueblo había sido arrasado y los supervivientes se enfrentaron a un espectáculo impresionante. “Había maderas por todas partes. Un señor me llevó para su casa, que tenía lumbre, y mi mujer se salvó también, un poco más atrás”, recordó. “Seguí trabajando como pude porque había que salir adelante para criar a los otros dos hijos que tuvimos. Hemos vivido muy malamente porque el dinero no llegaba”, anotó.
Leandro Puente tiene 84 años y recuerda cada detalle de lo que aconteció en los primeros minutos del 9 de enero de 1959, cuando perdió a cinco familiares, entre ellos, a su hermano Carlos. “Nos refugiamos en un peñasco al lado de mi casa, que hizo de rompeolas porque, si no, nos coge el agua y nos lleva a todos. El agua llegó al techo de la casa y nos salvamos ocho personas saliendo por la ventana de arriba del todo. Mi hermano era muy querido y me apenó muchísimo su pérdida”, comentó a Ical. “Oímos derrumbarse la iglesia desde donde estábamos, en medio del ruido, que daba un miedo tremendo”, indicó. “Yo fui el encargado de hacer la lista de personas que faltaban”.
Entre la multitud de historias personales relacionadas con la catástrofe, figura la del conocido escritor, periodista y cazador profesional Alberto Vázquez Figueroa. Fue, con apenas 22 años, el capitán del equipo de nueve buceadores que rescató los cadáveres del Lago de Sanabria tras el reventón de la presa. Vázquez Figueroa fue el instructor más joven de submarinismo de España y fue avisado por la Dirección General de Seguridad de entonces para organizar el equipo. “En enero, en el Lago de Sanabria hacía un frío espantoso. Hubo buceadores que se quedaron inconscientes en cuanto el agua les llegó al cuello. No podías estar más de cinco o seis minutos. El ejército preparó calderos con agua tibia para hacernos entrar en calor”, contó a Ical. “Todo estaba negro. Había carretas, cables, animales… Había que tantear porque no se veía a medio metro. Aquello era peligroso. Nuestros trajes eran de volumen constante, parecidos a los buzos clásicos y, si se rompía el traje, ahí te quedabas”, destacó.
Vázquez Figueroa criticó el “latrocinio” que había protagonizado el Régimen. “Aquello estaba muy mal construido. Fue un verdadero desastre y los culpables intentaron acallarlo. De todas formas, nosotros nos dedicamos a lo que teníamos que hacer. Las familias estaban esperando a que sacásemos los cadáveres y aquello era durísimo. Los cuerpos estaban desmembrados. Tirabas y sacabas un brazo a tientas. Algo dramático”, sentenció.
Polémica
Después del desastre, y con el dolor en su máxima intensidad, también hubo lugar para la polémica. Las ayudas llegaron procedentes de toda España y también de países como Estados Unidos, Italia, Alemania o Rusia. Cantidades ingentes de dinero y productos de primera necesidades tomaron rumbo a Ribadelago pero no todo el mundo recibió lo que legítimamente debería haberle correspondido por las tremendas pérdidas personales y materiales sufridas. “Hubo un reparto que no fue como Dios manda. Ya se sabe: A río revuelto, ganancia de pescadores. Todo el mundo se volcó con Ribadelago pero las ayudas se iban quedando donde no debían y, a la hora de la verdad, pagaron como cabritos. Por un niño, por ejemplo, daban 25.000 pesetas de entonces. Algo terrible”, detalló con pesar Leandro Puente.
Más de medio siglo después, Ribadelago Viejo, como se le conoce popularmente para distinguirlo de Ribadelago Nuevo, el que mandó construir el dictador Francisco Franco para paliar en parte los efectos del desastre, ha ido remozando su cara. De hecho, unas cuantas casas que no se vieron afectadas por la avenida de agua fueron recuperadas y la localidad intenta asomar la cabeza en el mundillo del turismo rural, aprovechando su cercanía al codiciado Lago de Sanabria.
El paso del tiempo asienta el sufrimiento y los ribalagueses aprendieron a convivir con las peores sensaciones, trabajando y mirando atrás lo menos posible. No obstante, la localidad teme haberse estancado en la misma medida, o más, que el resto de la comarca de Sanabria, aquejada por el mal endémico del envejecimiento de sus habitantes y por la despoblación.
Por añadidura, las necesidades de mejoras en ciertos servicios constituyen un caballo de batalla constante para quienes intentan asentar la población, apostar por la zona y buscar el crecimiento económico. “Hubo muchas promesas cuando se cumplieron 50 años de la tragedia pero los hechos no han llegado a su fin”, aseguró a Ical Alfredo Puente, alcalde de Ribadelago. “Estamos todavía pendientes del museo en homenaje a las víctimas y aún no sabemos cómo está el tema. Además, hemos pedido muchas veces que la zona cuente con banda ancha sin conseguirlo y, de hecho, hemos tenido que esperar hasta hace unos meses para que nos pusieran la TDT, que creo que hemos sido de los últimos de Castilla y León en conseguirla y tenemos problemas de cobertura de telefonía móvil”, detalló.
Puente Parra señaló, además, que el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, “nos prometió cuando vino a inaugurar la Casa del Parque que iba a solucionar en breve que no tengamos banda ancha y a ver si es verdad”.
El alcalde de Ribadelago, quien perdió entre tíos y primos a una docena de familiares en desastre, a los que se añaden los padres y dos hermanos de su mujer, apuesta por que “no se olvide que aquí murieron 144 personas”.
A las 13.00 horas, la parroquia de San Andrés acoge una misa en memoria de las víctimas y, acto seguido, los vecinos de Ribadelago visitarán una exposición cedida por el Museo Etnográfico de Zamora, donde ya se mostró en el quincuagésimo aniversario de la tragedia”.
http://www.nortecastilla.es/20110109/local/zamora/ribadelago-recuerda-tragedia-reventon-201101091043.html
lunes, 10 de enero de 2011
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