Cuando el río suena
TONI ESTEVE
Quizá porque escasea tanto en nuestras tierras, a los pueblos mediterráneos nos fascina tanto la lluvia. Pero también somos conscientes de la fuerza y el poder que tiene el agua cuando cae descontrolada. Año tras año, cuando llueve con ganas en la Comunitat Valenciana, nos enfrentamos a crecidas, riadas e inundaciones. ¿Por qué tropezamos siempre con la misma piedra?
El 30 de septiembre de 1997 la ciudad de Alicante sufrió una tormenta en la que se registraron 156 litros por metro cuadrado en tan solo una hora. Cuatro personas murieron y calles como las de la Playa de San Juan se convirtieron en auténticos canales que mantuvieron incomunicada la zona durante días. El 12 de octubre de 2007 después de varios días lloviendo en la Marina Alta, la fuerza de las aguas del río Girona destrozaba el puente que lo atravesaba a la altura de Beniarbeig. La zona costera de Calpe quedó anegada, varios campings arrasados y una mujer murió ahogada en El Verger. El 21 de octubre de 2011, hace tan solo unos días, la lluvia sorprendía a dos turistas extranjeros que murieron arrastrados por el agua en Finestrat. Estaban visitando un mercadillo que el Ayuntamiento había autorizado dentro de un cauce inundable.
Diferentes localidades, diferentes víctimas, pero siempre un factor común: la lluvia. Según Jorge Olcina, coordinador del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, “en la provincia se dan unas condiciones climáticas y geográficas que favorecen el desarrollo de episodios de lluvia intensa o torrencial cuando acaba el verano“. Ha mejorado mucho la predicción meteorológica, pero se trata de procesos atmosféricos tan anarquicos que todavía no podemos saber en que momento concreto del día y en que lugar específico puede llover de forma torrencial. Por este motivo no deja de sorprendernos que tragedias de este tipo se sucedan con más frecuencia de la que cabría esperar en poblaciones acostumbradas a este tipo de fenómenos.
La respuesta suele ser más sencilla de lo que cabría imaginar y hay que buscarla en el interior de los propios ríos. Parece que el tiempo y la evolución, nos han ido haciendo olvidar que los cauces, ramblas y lechos estaban en la zona antes que nosotros y su trazado no es fruto del azar. Según Olcina, “el mayor problema es que se han ocupado territorios con riesgo de inundación por parte de urbanizaciones e infraestructuras. Esto ha provocado un incremento del riesgo en toda la Comunitat Valenciana”.
Esta situación implica que, puesto que ha aumentado de manera exponencial la superficie urbanizada en espacios inundables, hoy tenemos más riesgo frente a inundaciones que hace 20 o 30 años. “Somos una sociedad que conoce bien los extremos del agua (inundaciones y sequías). Históricamente hemos sabido convivir con ello, no obstante en las últimas décadas parece que hayamos perdido el respeto ante ese comportamiento extremo de la naturaleza”.
Ríos urbanizados y casas en cauces
La falta de sensibilidad hacia este tema se hace patente en prácticamente todos los municipios de la provincia. Con el paso del tiempo y empujados por el afán urbanizador, antiguas ramblas y cauces se han ido incorporando al trazado urbano sin prestar la suficiente atención al curso natural de las aguas en las épocas de lluvias. Por ello no es extraño que en muchos pueblos podamos pasear por calles con nombres tan sugerentes como La Rambla, El Barranquet o el Salt de l’Aigua.
La sustitución del lecho natural por asfalto o cemento (que anula la absorción de agua y favorece la creación de corrientes), la construcción de la calzada en forma convexa (que provoca que las aguas viertan hacia los lados de la calle inundando bajos y garajes) o la insuficiencia de los colectores, son solo algunos de los puntos fundamentales que en la gran mayoría de los casos son pasados por alto.
Episodios como el ocurrido recientemente en Finestrat, donde se hizo caso omiso a la advertencia de la Confederación Hidrográfica del Jucar, que desautorizaba el asfaltado del barranco y su ocupación para instalar el mercadillo, lo confirman. Según Olcina, “desde 1998 tenemos una normativa del suelo que prohibe ocupar espacios de riesgo y desde 2008 hay obligación de elaborar mapas de riesgo en los documentos de planificación territorial. Si en los últimos años hemos visto como se ocupaban espacios con riesgo, quiere decir que no se ha hecho caso a la legislación existente”.
Los grandes olvidados
Pero no toda la culpa la tiene el ladrillo. Los ríos y barrancos además de accidentes geográficos, son ecosistemas vivos, delicados y en constante evolución. Por eso, aunque en temporadas su caudal desaparezca, el ser humano debe asumir el compromiso moral de mantenerlo, cuidarlo y conservarlo en condiciones. Si antiguamente el río era el eje desde el que se abastecían las poblaciones para tareas tan dispares como moler el grano, lavar o beber, hoy en día de su correcto mantenimiento dependerá, no solo que los ciudadanos los ganemos como los espacios naturales que son, sino que podremos evitar que se conviertan en un peligro latente.
Antonio Zaragozi es un experto conocedor de los ríos de la provincia de Alicante y miembro de la Sociedad Eespañola de Ornitología (SEO), para él lo principal que se debe evitar es “que el cemento invada nuestros ríos y ramblas y las haga mortíferas y muy peligrosas”. El río debe mantener su vegetación y de esa forma no verá incrementada la pérdida de suelo y tierra o arena. Por ello es muy importante su mantenimiento y desbroce garantizando el equilibrio ecológico. Según Zaragozi la forma que tienen las autoridades de ocuparse de nuestros ríos muchas veces no es la adecuada. “No se puede hacer con maquinaria pesada, que se lleva todo lo que encuentra a su paso. Un río necesita un cuidado y mimo especial para que la fauna y flora existentes no se pierdan”.
Aprender a respetar el agua
La Comunitat Valenciana tiene unas características climáticas tan peculiares, que permiten que en poblaciones separadas por muy pocos kilómetros puedan darse climas radicalmente opuestos. Quizá el caso más gráfico sea el de la Marina Alta. Según Olcina, “esta zona tiene una ubicación singular y unas montañas que favorecen el desarrollo de procesos convectivos (tormentas). Es uno de los polos pluviométricos de toda España. Por eso aquí se registran siempre las mayores cantidades de lluvia cuando hay episodios de tormentas fuertes. De ahí que la población deba estar bien informada de lo que es un proceso de gota fría y saber que hacer en caso de que ocurra. Este es uno de los problemas que tenemos: no existe educación para el riesgo. Las personas no saben cómo reaccionar si acontece un peligro natural y sigue muriendo gente indebidamente. Las administraciones deberían poner en marcha mecanismos para la comunicación eficaz del riesgo, sobre todo en comarcas como esta que tienen un algo grado de exposición a estos episodios”.
Este quizá sea el factor más importante a la hora de evitar incidentes y conseguir que los ríos vuelvan a convertirse en espacios vivos para el disfrute. Que los ciudadanos volvamos a tomar conciencia de cómo es el entorno en el que vivimos.
Visto en Nonada (publicado con el permiso del autor)
lunes, 14 de noviembre de 2011
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