viernes, 25 de marzo de 2011

La Península espera su gran terremoto

Nuestro país sufrirá en los próximos años un temblor de entre 6 y 7 puntos en la escala de Richter si se analizan los datos históricos de los últimos siete siglos. Las provincias con mayor riesgo sísmico en la actualidad son las de Granada y Almería.
ANTONIO RODRÍGUEZ arodriguez.tiempo@grupozeta.es
25/03/11

Podrá ser en un año, diez o treinta. No se sabe cuándo, pero España sufrirá en algún momento de las próximas décadas un terremoto de los calificados como destructivos, aquellos de más de 6 grados en la escala de Richter, que por su magnitud provocan el derrumbe de edificios y dejan víctimas mortales y heridos.
A esta conclusión ha llegado el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG), basándose en la serie histórica sobre los grandes movimientos telúricos que se han dado en España en los últimos siete siglos. La predicción de los terremotos es una ciencia inexacta, aún en mantillas, así que lo único que les queda a los expertos es fiarse de las estadísticas. Y el criterio histórico indica que han pasado 127 años del último seísmo de entre 6 y 7 grados que hubo en España, lo que supera la media de los últimos 700 años.
“Si cogemos las series históricas de los terremotos destructivos, hubo uno 1518 y otro en 1522, es decir en un lapso de cuatro años. Ahora llevamos 127 años sin uno de estos. No significa nada, pero sabemos dónde se puede producir y debemos tomar medidas de construcción sismorresistente en esas zonas”, subraya Luis Eugenio Suárez, presidente del ICOG, a Tiempo.
Nuestro país no es equiparable a Japón, que absorbe el 20% de los temblores de más de 6 grados en el mundo y cuyo último terremoto de 8,9 grados equivalió a la explosión de 200 millones de toneladas de dinamita, pero cuenta con un riesgo sísmico “moderado” en las provincias de Sevilla, Málaga, Granada, Almería, Murcia, Alicante y Valencia.
Microterremotos a diario.
La orografía granadina y almeriense es la que más microterremotos ha sufrido en estos últimos años, casi a diario, aunque la mayoría son imperceptibles para el ser humano, al estar muy cerca de la zona de choque de dos placas tectónicas -la euroasiática y la africana-. Esa colisión de placas provoca una lenta pero continua acumulación de energía, y el seísmo será un hecho cuando esta energía se libere de forma brusca.
El precedente más cercano se produjo el día de Navidad de 1884 en Arenas del Rey (Granada) y no es muy tranquilizador. De él se tienen datos bastante precisos: hubo 900 muertos, 2.000 heridos, 1.000 casas destruidas, otras 17.000 afectadas y réplicas telúricas durante un año. Es evidente que un seísmo en el siglo XXI de la misma intensidad y en el sur de España sería menos destructivo que el citado, pero los riesgos sísmicos son impredecibles, como se ha visto en Japón.
“Hay varios factores como el hipocentro o profundidad, pues un terremoto superficial es mucho más dañino que uno profundo -recuerda el presidente del ICOG-. También depende del terreno en el que se produce y de la antigüedad de las casas: si tienen más de 50 años podrían tener riesgos de colapso”. En España existe desde hace 40 años una normativa antisísmica que obliga a diseñar y construir cimentaciones, pilares, armaduras y vigas que soporten la eventualidad de un fuerte temblor de tierra.
El objetivo es evitar lo que sucedió en Haití hace poco más de un año, cuando se vinieron abajo los edificios como castillos de naipes debido a su deficiente construcción, pero la ausencia de terremotos importantes en España ha bajado la guardia en algunos sitios en cuanto a controles se refiere.
“La mejor manera de luchar contra los terremotos es que los ayuntamientos se esmeren y hagan cumplir la normativa antisísmica”, opina Suárez, quien a continuación hace hincapié en la necesidad de que se enseñe a la gente cómo reaccionar ante un inesperado terremoto. Lo esencial, en cualquier parte del mundo, es colocarse debajo del quicio de una puerta o de una mesa resistente, y no coger ascensores para salir a la calle.
En cuanto a las centrales nucleares que están en funcionamiento hoy en día en España, todas ellas se encuentran alejadas de las zonas sísmicas. Las medidas de seguridad de este tipo de instalaciones obligaron en su momento a las empresas constructoras a preparar los reactores a la eventualidad de tener que soportar un seísmo de un grado más en la escala de Richter de lo que históricamente se ha registrado en la zona.
El temblor más fuerte que se ha registrado en una central española fue en la de Trillo (Guadalajara), en los noventa, con una magnitud de 4,6 puntos, una cifra que se aguanta “sin ningún problema” tanto en ese sitio como en el resto.
Posibilidades de un tsunami.
Otra cosa bien distinta es la combinación de un terremoto con un tsunami de proporciones bíblicas como el que se ha visto en Japón. En el Mediterráneo es imposible ver un maremoto de estas características porque es un mar interior y no existe el fenómeno de expansión que se produce en el Índico o el Pacífico. Sin embargo, en el Atlántico no sería la primera vez que se da un caso parecido al que ha sufrido Japón. En 1755, un terremoto con epicentro a 150 kilómetros del cabo portugués de San Vicente provocó un maremoto que destruyó la ciudad de Lisboa, anegando también las provincias de Almería y Cádiz con olas nunca vistas y que en localidades como Tarifa estuvieron a punto de derribar las murallas. Las aguas descontroladas se cobraron la vida de 20.000 personas: 4.000 en Lisboa, unas 1.000 en la costa onubense de Ayamonte y el resto en el norte de África.
Volviendo al caso de las plantas nucleares, el riesgo de que un tsunami provoque en España lo sucedido en Fukushima es descartable. Ahora bien, para el ICOG es razonable revisar el riesgo sísmico de las centrales, así como las posibilidades de que puedan sufrir fenómenos más previsibles, como fuertes inundaciones o tornados. “El estudio de los emplazamientos es de los años 70, se ha actualizado a los 90 y es bueno, con los avances tecnológicos que tenemos hoy, asegurar el riesgo sísmico por muy limitado que sea”, recomienda Suárez.
Los japoneses, que son los mayores expertos en prevención de terremotos, no vieron que la colocación de una planta al borde de la costa Este era muy peligrosa ante un maremoto como el vivido, que en algunos sitios se metió hasta cinco kilómetros tierra adentro. Prevenir es anteponerse al peligro y España ya ha entrado en la cuenta atrás.
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